Antes de hablar de dones o propósito, debemos entender quiénes somos. En Cristo, ya no somos esclavos del pasado ni simples espectadores de la fe: somos hijos de Dios, adoptados por su amor.
“Miren con cuánto amor nos ama nuestro Padre que nos llama sus hijos, ¡y eso es lo que somos!” — 1 Juan 3:1 (NTV)
Nuestra identidad no depende de nuestros logros ni de nuestras fallas, sino de quién nos llamó.
Cuando creemos en esto, dejamos de buscar aprobación y empezamos a vivir desde la seguridad de su amor.
Cada creyente ha recibido dones espirituales del Espíritu Santo.
“A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás.” — 1 Corintios 12:7 (NVI)
Los dones espirituales son capacidades sobrenaturales para servir, edificar y extender el Reino: enseñanza, profecía, sabiduría, sanidad, misericordia, liderazgo, entre otros. Los talentos naturales son habilidades que Dios también nos dio (arte, comunicación, organización, creatividad, etc.), y cuando los ponemos en sus manos, se convierten en herramientas del Reino.
No todos tenemos los mismos dones, pero todos somos necesarios. El cuerpo de Cristo solo funciona bien cuando cada parte cumple su función.
A veces creemos que descubrir los dones es complicado, pero en realidad se revela en el camino del servicio.
Tres claves sencillas:
- Observá lo que te apasiona: ¿Qué cosas te hacen vibrar cuando se trata del Reino?
- Escuchá lo que otros confirman: muchas veces otros ven en nosotros lo que aún no notamos.
- Serví: los dones se manifiestan mientras actuamos, no mientras esperamos.
“Cada uno ponga al servicio de los demás el don que haya recibido, administrando fielmente la gracia de Dios.” — 1 Pedro 4:10 (NVI)
El propósito se descubre sirviendo, no esperando una señal especial.
Dios nos llama de maneras diferentes. Algunos son llamados a servir en su iglesia, otros en las calles, en la educación, en las artes o en el mundo empresarial. El llamado no siempre implica un título o posición; implica obediencia.
“Y todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para la gente.” — Colosenses 3:23 (NTV)
Tu trabajo, tus estudios, tu familia, tus proyectos… todo puede ser parte de tu llamado cuando lo hacés con la intención de honrar a Dios.
Cada hijo de Dios es un embajador del Reino. No todos predican desde un púlpito, pero todos anunciamos con nuestra vida.
“Así que somos embajadores de Cristo; Dios hace su llamado por medio de nosotros.” — 2 Corintios 5:20 (NTV)
Ser parte del Reino es vivir con mentalidad eterna: nuestras decisiones, recursos y tiempo tienen propósito cuando los usamos para hacer avanzar su causa. El discipulado personal encuentra su plenitud cuando se multiplica en otros.
El servicio no se trata de reconocimiento, sino de amor. Compararnos con otros solo roba gozo y apaga nuestra pasión.
“No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos.” — Filipenses 2:3 (NVI)
Dios no busca personas perfectas, busca corazones dispuestos. Cuando servimos desde la humildad, incluso las tareas más pequeñas se vuelven eternas.
El propósito no se limita a grandes proyectos; se vive en lo cotidiano:
- Escuchar al Espíritu Santo antes de actuar.
- Ver cada día como una oportunidad de representar a Jesús.
- Sembrar amor, justicia y esperanza en tu entorno.
- Perseverar aunque nadie te vea, sabiendo que Dios sí.
“El que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho.” — Lucas 16:10 (NVI)
Tu propósito no comienza cuando tengas todo resuelto: comienza cuando decidís obedecer hoy.
Creá tu propio Mapa de Propósito.
Dividilo en tres secciones y escribí:
- Quién soy: (mis dones, talentos, pasiones).
- A quién sirvo: (personas o áreas donde puedo aportar).
- Cómo sirvo: (acciones concretas que puedo comenzar esta semana).
Pedile al Espíritu Santo que te muestre una acción específica para poner en práctica tu propósito esta semana.
Dios no llama a los capacitados: capacita a los que llama. Tu historia, tus heridas y tus dones fueron planeados con intención. No hay nadie más indicado para cumplir tu parte en el Reino que vos mismo. Vivir con propósito no es buscar grandeza, sino responder con fidelidad.
Señor, gracias por darme una nueva identidad en ti. Gracias por los dones y talentos que pusiste en mí. Hoy te entrego mi vida y mis habilidades para servirte. Ayúdame a vivir con propósito, sin compararme, y a usar todo lo que soy para reflejarte. Guíame a las personas y lugares donde pueda cumplir tu llamado. En el nombre de Jesús, amén.