La Biblia no es un libro común. Es una colección de 66 libros escritos por más de 40 autores a lo largo de 1.500 años, pero con un solo mensaje: el amor y el plan redentor de Dios para la humanidad. Fue inspirada por el Espíritu Santo y preservada con fidelidad a lo largo de los siglos.
“Pues nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” — 2 Pedro 1:21 (RVR60)
Cada libro —desde Génesis hasta Apocalipsis— forma parte de una misma historia: Dios buscando restaurar su relación con nosotros.
Decimos que la Biblia es inspirada porque Dios mismo guió a los autores humanos para escribir sus palabras. Aunque fue escrita por hombres, su origen es divino. Y es inerrante, lo que significa que no contiene errores en lo que enseña sobre Dios, la salvación y la verdad.
Esto no quiere decir que cada frase deba leerse literalmente, sino comprendiendo su contexto, su género y su intención. La Biblia no solo informa: transforma. Cuando la leemos con un corazón abierto, el Espíritu Santo la hace viva en nosotros.
A lo largo del tiempo, la Biblia ha sido cuestionada, pero también comprobada.
- Hay miles de manuscritos antiguos que confirman su autenticidad.
- Sus profecías se cumplieron con exactitud.
- La arqueología respalda muchos de sus relatos.
A pesar de los ataques o intentos de destruirla, la Palabra sigue firme.
“La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.” — Isaías 40:8 (NVI)
La Biblia ha sobrevivido más que cualquier otro libro en la historia porque su Autor sigue vivo.
Leer la Biblia no es solo para entenderla, sino para vivirla.
“No se contenten solo con escuchar la palabra, pues así se engañan ustedes mismos. Llévenla a la práctica.” — Santiago 1:22 (NVI)
Algunos consejos prácticos:
- Ora antes de leer. Pedí al Espíritu Santo que te hable.
- Lee con atención. No por obligación, sino con deseo de conocer a Dios.
- Aplica lo aprendido. Preguntate: ¿qué me enseña esto sobre Dios y sobre mí?
- Sé constante. Aun cuando no sientas nada, su Palabra está obrando.
- Usá un método simple:
- Observa: ¿Qué dice el texto?
- Interpreta: ¿Qué significa?
- Aplica: ¿Cómo lo vivo hoy?
La Biblia se divide en dos grandes partes:
- Antiguo Testamento: revela a Dios como Creador, justo y fiel; contiene la historia del pueblo de Israel y las promesas del Mesías.
- Nuevo Testamento: muestra el cumplimiento de esas promesas en Jesús y la vida de la iglesia guiada por el Espíritu.
Ambos testamentos se complementan; uno anuncia lo que el otro cumple. El Antiguo es la sombra; el Nuevo, la luz completa en Cristo.
Guardar la Palabra en el corazón nos protege y fortalece la fe.
“He guardado tu palabra en mi corazón, para no pecar contra ti.” — Salmos 119:11 (RVR60)
Meditar en la Biblia no es solo leer, sino dejar que sus verdades se asienten en nuestra mente y transformen nuestras decisiones.
Una forma práctica es elegir un versículo cada semana, repetirlo, escribirlo y orar con él hasta hacerlo parte de nuestra vida.
Cuando enfrentamos decisiones o confusión, la Biblia siempre tiene luz.
“Tu palabra es una lámpara que guía mis pies y una luz para mi camino.” — Salmos 119:105 (NTV)
A veces no nos da una respuesta exacta, pero siempre nos muestra el principio correcto. Cuanto más tiempo pasamos en la Palabra, más fácil es reconocer la voz de Dios en medio del ruido.
Lectura guiada sugerida: Juan capítulos 1 al 3. Después de leerlos, escribí una breve reflexión con este título:
“Qué aprendí de Dios al leer su Palabra.”
Podés responder:
- ¿Qué te reveló acerca de Jesús?
- ¿Qué te mostró sobre vos mismo?
- ¿Qué decisión concreta podés tomar a partir de eso?
La Biblia no fue escrita para acumular información, sino para producir transformación. Cada página es una invitación a conocer a Dios y a ser moldeados por su verdad. Si la leemos con un corazón dispuesto, la Palabra se convierte en una conversación viva entre el Padre y nosotros.
Señor, gracias por tu Palabra. Gracias porque no cambia, aunque el mundo cambie. Enséñame a amarla, a entenderla y a obedecerla. Que cada lectura sea un encuentro contigo, no una rutina. Abre mis ojos para ver la verdad y mi corazón para aplicarla. En el nombre de Jesús, amén.