Todo comienza con Dios. Él es el origen de todo lo que existe: el universo, la vida y cada uno de nosotros. No somos fruto del azar; fuimos creados con intención y amor.
La Biblia dice:
“Tú creaste mi conciencia; me formaste en el vientre de mi madre.” — Salmos 139:13 (NVI)
Dios no solo creó el mundo, sino que sostiene cada detalle de él. No es un observador lejano, sino un Padre que está involucrado en la historia de la humanidad. Cada persona fue creada a su imagen (Génesis 1:27), lo que significa que tenemos valor, propósito y capacidad de relacionarnos con Él.
Fuimos creados para conocer, amar y reflejar a Dios. No solo existimos para “creer en Él”, sino para vivir en comunión con Él.
“Porque somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros desde tiempo atrás.” — Efesios 2:10 (NTV)
Su propósito siempre fue que viviéramos en relación con Él, disfrutando de su presencia y compartiendo su carácter con otros. Cuando entendemos esto, nuestra identidad deja de depender de lo que hacemos y pasa a depender de quién nos creó.
Dios es eterno, infinito y perfecto. Pero, a la vez, cercano y personal. A través de la Biblia conocemos algunos de sus atributos esenciales:
- Santo: separado del mal, completamente puro.
- Justo: todo lo que hace es correcto.
- Amoroso: su esencia es el amor mismo (1 Juan 4:8).
- Fiel: nunca cambia ni falla en sus promesas.
- Todopoderoso: tiene autoridad sobre todo lo creado.
- Omnisciente: lo sabe todo; nada le sorprende.
- Omnipresente: está en todo lugar.
Comprender estos atributos nos ayuda a confiar en Él incluso cuando no entendemos todo lo que sucede.
Dios es uno solo, pero se revela en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
No son tres dioses, sino un solo Dios en perfecta unidad.
- El Padre: Creador y sustentador.
- El Hijo (Jesús): nuestro Salvador y mediador.
- El Espíritu Santo: quien nos guía, consuela y transforma.
“Porque hay tres que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno.” — 1 Juan 5:7 (RVR60)
Esta verdad nos muestra que desde la eternidad, Dios vive en una relación de amor y unidad. Y ese mismo amor es el que Él extiende hacia nosotros.
Muchos piensan en Dios solo como un juez severo, o solo como un Padre amoroso, pero Él es ambas cosas en equilibrio perfecto. Su amor nos busca, pero su justicia no puede ignorar el pecado. Por eso Jesús vino: para unir ambos aspectos de su carácter en la cruz. Allí, el amor y la justicia de Dios se encontraron.
“Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros.” — Romanos 5:8 (NVI)
La cruz no es una muestra de culpa, sino de amor redentor.
Dios sigue hablando. Lo hace de diversas maneras, pero siempre en armonía con su Palabra. Podemos escucharlo a través de:
- La Biblia: su voz escrita, segura y eterna.
- El Espíritu Santo: quien nos guía y convence interiormente.
- La conciencia: cuando está alineada con la verdad.
- Circunstancias: Dios puede usar momentos o personas para mostrarnos algo.
- La creación: su grandeza visible nos habla de su poder (Romanos 1:20).
“Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.” — Juan 10:27 (NTV)
Aprender a escuchar a Dios requiere tiempo, quietud y disposición a obedecer.
Dios no solo es Creador, también es Padre. Cuando creemos en Jesús, somos adoptados como hijos suyos.
“Pues todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.” — Gálatas 3:26 (NTV)
Ser hijo de Dios significa tener identidad, pertenencia y herencia espiritual. Ya no somos extraños ni huérfanos espirituales; tenemos un Padre que nos ama y nos llama por nombre. Esto transforma la forma en que nos vemos y en cómo vivimos: dejamos de actuar por miedo y comenzamos a vivir desde el amor.
Dios no miente, no falla y no cambia. Aunque el mundo sea inestable, su carácter permanece firme.
“Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos.” — Hebreos 13:8 (RVR60)
Podemos confiar en Él porque su fidelidad no depende de nuestro comportamiento, sino de su naturaleza. Incluso en el dolor o la incertidumbre, su plan sigue siendo bueno. Confiar en Dios no significa entenderlo todo, sino descansar en quien Él es.
Una relación con Dios se construye como cualquier relación cercana: con tiempo, comunicación y sinceridad. Algunos hábitos que fortalecen esa relación son:
- Orar cada día, como quien conversa con un amigo.
- Leer la Biblia para conocer su corazón.
- Adorar no solo con canciones, sino con nuestras decisiones.
- Obedecer su Palabra, aun cuando cueste.
- Estar en comunidad, porque la fe crece junto a otros.
“Acérquense a Dios, y Dios se acercará a ustedes.” — Santiago 4:8 (NTV)
Cuando lo buscamos sinceramente, descubrimos que Él ya estaba esperándonos.
Tómate unos minutos para reflexionar y escribir:
“Así veo hoy a Dios Padre…”
Describe con tus propias palabras cómo percibes a Dios después de leer este módulo. No busques una respuesta perfecta; solo sé honesto. ¿Lo veías distante? ¿Te cuesta confiar? ¿Podés imaginarlo como un Padre amoroso que te conoce y cuida?
Esa reflexión será tu punto de partida para una relación más profunda con Él.
Dios no busca expertos en religión, sino hijos e hijas que deseen conocerlo. No tenemos que entenderlo todo para acercarnos; basta con dar el primer paso. La fe no comienza con saberlo todo, sino con confiar lo suficiente para decir: “Dios, quiero conocerte más.”
Padre, gracias porque me creaste con propósito. Gracias porque no soy un accidente ni una casualidad. Hoy quiero conocerte más, confiar en tu carácter y aprender a escuchar tu voz. Enséñame a verte no solo como Creador, sino como Padre. Que tu amor y tu justicia guíen mi vida. En el nombre de Jesús, amén.